Escuchar el cuerpo, calmar la mente, habitar la energía: claves para un bienestar integral
- Vedya Dass Kaur
- 1 may
- 4 Min. de lectura
Muchas veces pensamos en el cuerpo por partes: una rodilla, una pierna, una cadera, un cerebro, un alma. Pero la realidad es que ninguna de esas partes funcionaría en este plano si no estuviera integrada en el ecosistema perfecto que es el ser humano.
Somos un todo. Un sistema completo, que por múltiples factores —entre ellos, la forma en que hemos "progresado" como sociedad— ha ido perdiendo conexión.
CEREBRO PRIMITIVO:
Nos cuesta confiar en nuestra intuición, porque muchas veces no sabemos distinguirla del instinto, y es entonces cuando el cerebro primitivo comienza a tomar el control.

Este cerebro primitivo está compuesto, entre otras estructuras, por la amígdala: una pequeña pero poderosa área encargada de dirigir nuestras emociones más básicas y universales —las mismas que compartimos con otros seres vivos— como la rabia, el miedo, la tristeza, el asco o la alegría. Estas emociones nos permitieron sobrevivir en tiempos antiguos, cuando dependíamos exclusivamente de nuestros recursos más instintivos.
Hoy en día, solemos tratar de "controlar" o reprimir estas emociones, sin comprender que su función principal es protegernos y mantenernos con vida. Pero esas emociones no son solo sensaciones abstractas: son un torrente de hormonas que se liberan cada vez que tu cerebro interpreta que es necesario sentirlas.

¿Te ha pasado alguna vez que vas caminando por la calle, alguien pasa corriendo muy cerca de ti, y automáticamente saltas o te tensas porque piensas que algo te puede pasar? Luego respiras aliviado cuando te das cuenta de que no era nada... pero ese torrente de hormonas —adrenalina, cortisol— ya está circulando por tu cuerpo.
Entonces, en lugar de reconocer la función protectora de tu respuesta, te llamas "exagerado" o "tonto", pensamientos que solo generan más cortisol y perpetúan un ciclo de alerta y agotamiento.
Luego llega la noche y no entiendes por qué no puedes dormir, si "hoy fue un día tranquilo"... Y así continúa el diálogo interno que solo sostiene el desequilibrio.
Puede que este ejemplo te parezca exagerado, pero cuando empiezas a observarte con honestidad, día a día, te das cuenta de cuán automatizadas están estas respuestas, y cuán lejos estamos —muchas veces— de vivir desde la calma y la presencia.
SOBREVIVIENCIA:
Esto ocurre porque el cerebro, en su programación más básica, quiere sobrevivir. Y ha aprendido —a través de la experiencia evolutiva— que anticiparse a los peligros aumenta sus probabilidades de lograrlo. Por eso muchas veces tendemos a fijarnos más en lo que puede salir mal que en lo que puede salir bien. Porque si todo sale bien, vivimos... y al cerebro no le preocupa gastar energía en lo que no representa una amenaza.

Es por eso que muchos de los cambios que buscamos realizar en nuestra vida resultan tan desafiantes. Porque implican salir de ese piloto automático de supervivencia e invertir energía en nuevas formas de estar y habitar el cuerpo.
Y sí, voy a hablar del cerebro como si tuviera vida propia, porque muchas veces —cuando no somos conscientes de nuestro cuerpo como un todo— realmente toma dominio de nuestras acciones con su propio ritmo y energía.
ENERGÍA:
¿Y dónde está la energía que nos envuelve? Nuestro cuerpo no es solo carne y hueso. También somos capas de energía de diferentes densidades y magnitudes, que están en constante interacción con lo que nos rodea.
CHAKRAS:
Lo más conocido de este campo son los chakras: centros energéticos asociados a diferentes partes del cuerpo, que regulan y distribuyen nuestra energía vital para que podamos alcanzar nuestro máximo potencial. Desde la tradición milenaria hinduista, se dice que dentro de cada persona existe una energía infinita, alojada en la base de la columna vertebral. A esta energía se le llama Kundalini, y es representada como una serpiente enroscada, dormida, esperando ser despertada a través de tu disciplina, práctica y determinación.
TODOS DISPONEMOS DE ESTAS POTENCIALIDADES INTERNAS
Todos disponemos de estas potencialidades internas. No es un don exclusivo de algunos. Pero no todas las personas sienten el llamado a recorrer estos caminos de autoconocimiento, equilibrio y sanación. Y está bien, porque la vida es sabia, y cada quien llega a lo que necesita en el momento adecuado.
Lo importante es saber que mientras descuidemos alguna de estas dimensiones —física, mental, emocional o energética— es probable que se genere un desequilibrio interno. Y ese desequilibrio suele expresarse a través de señales, síntomas o enfermedades.
Como decía al comienzo: nuestro cuerpo es perfecto. Y precisamente por ser perfecto, siempre está trabajando a nuestro favor, buscando reestablecer el equilibrio, compensar excesos, reparar daños y mantenerse en vida.

A largo plazo, si sostenemos hábitos que dañan nuestro cuerpo o ignoramos sus señales, es natural que tienda a enfermarse o a expresar ese desajuste de alguna manera.
A veces no es algo tan visible o alarmante; a veces se expresa en ansiedad generalizada, depresión "endógena", insomnio persistente o una sensación constante de desconexión.
Escuchar el cuerpo es un acto de amor propio y responsabilidad. Porque solo habitándolo en presencia podemos realmente comenzar a sanar.
Vedya Dass Kaur.
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